El síndrome post vacacional, o también conocido como estrés post vacacional, se define como la sensación de fracaso ante el proceso de adaptación, tras el período de vacaciones y de ocio. Ya sea a la vuelta a la vida cotidiana, laboral, familiar o escolar.

A la mayoría de nosotros nos cuesta volver al trabajo, coger el ritmo de la rutina, y nos acordamos a menudo de lo bien que estábamos de vacaciones. Pero en algunos casos puntuales la sintomatología puede intensificarse afectando de una manera más amplia y profunda a la persona que la padece.

Aunque no forma parte de las enfermedades o patologías en las principales clasificaciones diagnósticas internacionales, es un concepto que se ha generado en los últimos años, en cierta medida como fruto de la vida moderna. Se puede ver potenciado por unas vacaciones de larga duración o durante aquellas en que no se ha conseguido descansar adecuadamente. Algunos autores la clasifican de enfermedad, pero desde nuestra perspectiva lo trataremos cómo un estado transitorio, que podrá cursar de diversas formas. En estos casos puede aparecer a la vuelta de las vacaciones como un cuadro de debilidad generalizada y decaimiento. Se pueden dar dificultades para dormir y sensación de somnolencia a lo largo de día. A partir de esta sintomatología, pueden aparecer otros síntomas por efecto dominó: falta de concentración, sensación de desdén y hastío, cambios en el humor, desorientación, entre otros.

Por tal de evitarlo o minimizar sus efectos, es recomendable volver de los viajes unos días antes del inicio del trabajo, dividir los días de vacaciones en varios periodos en la medida de lo posible, o ajustar los horarios de los últimos días asimilándolos a tu rutina habitual. Otra muy buena opción es mantener aficiones en la vida diaria, para que no tengas tanto sentimiento de ruptura entre el ocio vacacional y la vuelta al trabajo.

Si pensamos en el síndrome post vacacional y la integración que ha tenido el concepto en los últimos años, vemos que algunas de las dinámicas en nosotros y la sociedad que nos rodea han cambiado. Hemos adquirido nuevos ritmos laborales, familiares y de ocio; por mencionar algunos, que hacen que tomemos una inercia. Esta inercia se ve talmente alterada cuando descansamos en vacaciones, que retomar el ritmo que llevábamos durante ese año, en algunas ocasiones nos resulta muy dificultoso.

Eso nos hace detenernos y reflexionar, plantear más allá del síndrome y mirar hacia atrás, hacia la raíz del malestar y el causante de tal alteración. Preguntarnos cómo nos hemos organizado todo el año: ¿Nos hemos dado espacio para descansar, para disfrutar del poco o mucho tiempo libre del que hemos dispuesto? ¿Cómo nos hemos cuidado, tanto a nivel físico como emocional?, ¿De qué manera hemos conseguido gestionar las dificultades o problemáticas del día a día y de qué forma hemos vivido la cotidianidad y la rutina?

Si durante el año no solventamos aquellas cosas que nos producen malestar, las problemáticas o temas sin resolver y lo arrastramos a lo largo del tiempo es posible que, cuando lleguen las vacaciones y tengamos espacio para descansar, pensar y dejarnos sentir, la vuelta a todo aquello sin resolver tenga más impacto.

Aprovechemos este periodo de descanso como una oportunidad para valorar con más perspectiva qué es lo que nos satisface de nuestra vida cotidiana, y para ver lo que ya no funciona para nosotros y necesita ser revisado.

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